Hay una leyenda según la cual Alejandro Magno no muere en Babilonia a los treinta y tres años. Jorge Luis Borges se la atribuye al erudito inglés Robert Graves, y la relata en una conferencia incluida en un libro de 1980 que se titula Siete Noches. La historia cuenta algo así como lo que sigue:
Alejandro no muere en Babilonia a los treinta y tres años. Se aparta de su ejército y vaga por desiertos y selvas hasta ver el resplandor de una fogata. La rodean soldados de tez amarilla y ojos oblicuos. A Alejandro no lo conocen, le acogen. Como esencialmente es un soldado, participa de batallas en una geografía del todo ignorada por él. Es un soldado: no le importan las causas y está listo a morir.
Pasan los años, él se ha olvidado de tantas cosas y llega un día en que se paga a la tropa y entre las monedas hay una que lo inquieta. La tiene en la palma de la mano y dice «Ésta es la medalla que hice acuñar para la victoria de Arbela cuando yo era Alejandro de Macedonia». Por un instante recobra su pasado e interrumpido por la pregunta de otro soldado no hace sino responder «es tarde, reemprendamos el camino».